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Las elecciones realizadas el domingo pasado en el Estado de México y Coahuila, dejaron una amplia estela de damnificados y unos pocos ganadores; saber identificarlos servirá a los ciudadanos de a pie, como usted y yo, para planear mejor nuestra participación de cara a 2024.
Entre los ganadores están el INE y los institutos electorales de Coahuila y Edomex: su funcionalidad, confiabilidad y solidez no ha sufrido mella alguna; el así llamado “Plan B” del Licenciado López, abortado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no pudo mermar en forma alguna a los árbitros electorales cuya labor fue, como desde hace décadas, ejemplar.
También resultó ganador el régimen de López: consiguió la gubernatura del Edomex con una candidata esperpéntica, a punta de transferencias directas, encuestas mentirosas y verborrea mañanera.
Entre los perdedores destacados están las dirigencias nacionales del Pri, del Pan, y de lo que queda del Prd: el partido tricolor, eje de la alianza opositora en ambos estados, entregó buenas cuentas en el norte pero la derrota en el sur lo exhibió como un residuo de lo que alguna vez fue: de aquella aplanadora no queda ni el humo; al Pan le fue aún peor: quedó exhibido como una débil comparsa, pues su aporte a la votación fue raquítico; del Prd poco hay por decir: su registro está en riesgo en ambos estados. Dan pena. Los tres.
Y, por obvia derivación, otra perdedora en la pasada jornada electoral es la propia alianza opositora para 2024: quienes pretenden alumbrarla son esas tres dirigencias nacionales que resultaron vapuleadas el domingo, y hoy tienen ese camino aún más empedrado.
Para saber qué pasará con la alianza opositora, usted y yo debemos comprender tres cosas: uno, esa alianza para la elección 2024 no existe aún; jamás ha existido, salvo como la intención de algunos y la esperanza de muchos. Dos, una alianza electoral que incluya a las 32 entidades federativas y a los 300 distritos electorales, es un trabajo de relojería política que Alito, Markito y Chuchito están lejos de poder realizar. Y tres, la reciente irrupción organizada de los ciudadanos en el escenario político, representa una variable de naturaleza LOCAL en la conformación de la alianza, tornándola aún más compleja.
¿Existe hoy, pues, la alianza opositora? No; una alianza que deba operarse en todo el país no puede construirse sólo por las cúpulas (como han intentado Pri, Pan y Prd) y el Edomex es un doloroso ejemplo. ¿Todavía puede formarse una alianza? Sí, aunque las exigencias para que sea real y competitiva, se antojan inalcanzables. ¿Entonces ya perdimos también los ciudadanos? No. Las derrotas de los partidos políticos y sus dirigencias nacionales no son nuestras, a menos que seamos tan torpes como para compartirlas.
La del 2024 es, hoy, una alianza de saliva y bytes, y quienes aspiran a conformarla en la ciudad de México buscando sólo su propia salvación, tienen el tiempo en contra. Por cuanto hace a los ciudadanos de a pie, una auténtica alianza nacional nos sería muy útil para derrotar a este régimen federal de pobreza y aislamiento, pero para eso debemos insertarnos en su construcción… ¿podemos? ¿Queremos? Está por verse.
CAMPANILLEO
Quienes ingenuamente asuman que todos los actores políticos de oposición quieren ir en alianza en 2024, piénsenlo otra vez: los incentivos para ello son escasos en todo el país, incluso en entidades racionales e ilustradas como Querétaro.