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Las sociedades vivimos en ciclos, y saber identificar en cuál etapa nos encontramos, es útil para saber qué nos exige el momento, tomar mejores decisiones, minimizar costos y maximizar beneficios. Lamentablemente, hay ocasiones en que la incomodidad con la que debemos lidiar no nos permite hacer lo necesario, y preferimos hacer otra cosa, decidiendo mal y sufriendo daños que podrían evitarse.
Hoy, después de 20 años de no hacerlo, México está viviendo una elección incómoda, como lo fueron las presidenciales de 1988, 1994 y 2000, y sus intermedias… y muchos mexicanos no parecen estar preparados para lidiar con lo que pasa. Eso se debe a que a partir de 2003, las elecciones que tuvimos en México ocurrieron dentro de una normalidad democrática, con relativa paz y orden, condiciones de equidad entre contendientes, y autoridades de los tres niveles ejerciendo suficiente autocontención, para no intervenir en forma burda en los procesos.
Hay que decir que si las elecciones en México a partir de 2003 fueron cómodas, también fueron menos serias y arrojaron resultados menos útiles cada vez. Nuestros procesos electorales, formalmente impecables, dejaron de recibir perfiles valiosos desde todos los partidos y corrientes ideológicas, rebajando el estándar con cada elección… y no nos importó; al menos, no lo suficiente como para estar dispuestos a lidiar con el esfuerzo que implicaba buscar mejores resultados. Elegimos la comodidad y dejamos pasar malos perfiles a la boleta, apretando los dientes, y no conformes con eso los validamos con nuestro voto, sólo para diferir el arribo de un perfil peor, convirtiéndonos en cruzaboletas. Rebajamos tanto la exigencia, y acotamos la participación al mero acto de votar, que en 2018 obtuvimos un resultado aberrante, que nos ha causado graves daños en la salud, la economía, y las libertades. Es momento de corregir.
Esta elección intermedia del seis de junio y las elecciones locales que coinciden con ella, han tomado formas y ritmos muy incómodos; hoy, como en 1994 o 2000, hay temor porque el régimen desconozca resultados, o reviente con violencia las elecciones; hoy, igual que entonces, hay gente pidiendo que no votes por un buen candidato, porque “no va a ganar”; ahora, como en la etapa previa a nuestra primera alternancia federal, hay gente queriendo imponer un discurso, un membrete o una figura, para condicionar el ejercicio del voto. El ciclo, pues, se repite, y estamos en la etapa en que hay que salir a defender con los dientes nuestra elección. Hoy, como entonces, los individuos libres deberemos lidiar con todo eso, para preservar nuestro derecho a votar, a transitar, a consumir y a relacionarnos con cualquiera en todo el mundo. Que no nos amedrente el ambiente enrarecido, los amagos desde el poder, o la estridencia vana: ya antes nos enfrentamos a algo así, y salimos victoriosos.
Para esta elección los mexicanos debemos aceptar la incomodidad que nos rodea, entendiendo que estamos ante una coyuntura útil: si algo molesta, es porque requiere una solución, y con una solución adecuada podemos obtener muchos derivados útiles… podemos GANAR. Si la tarea nos pareciera cuesta arriba, basta con hacer un recuento de todas las herramientas cívicas y tecnológicas que tenemos disponibles, las cuales ni siquiera soñábamos en 1994: internet móvil, teléfonos móviles con cámara, redes sociales, leyes electorales más robustas, y un Instituto Nacional Electoral a prueba de balas.
Yo participé como observador electoral en 1997 y 2000, junto a mi padre, y no llevábamos más que una gorra barata, un teléfono móvil, y una copia del COFIPE… y así, fuimos capaces de amarrarle las manos al régimen. Pudimos hacerlo, junto a miles de mexicanos más, porque también íbamos llenos de valor y ganas de demostrar que México ya era otro, y sólo faltaba quitarle de encima la vieja crisálida. En ambas ocasiones, mi hermano menor, casi un niño, nos vio regresar a casa ya de noche, cansados, mal alimentados y deshidratados, pero satisfechos por haber visto a la historia en su cunita, habiendo colaborado en el parto. Este seis de junio, junto a miles de individuos libres, lo haremos de nuevo.
Para todos los mayores de 40 años, esta elección es como reencontrarnos en un viejo escenario, ante una versión barata de la que enfrentamos en los 90: Andrés López no es presidente, es un payaso lastimero que duerme en un museo frente al Zócalo; “Morena” no es un partido, es un muégano de rencores y torpezas, que se mantiene unido gracias a la saliva que López prodiga cada mañana; ambos son muy poco, y si suficientes ciudadanos trabajamos a una voz, los haremos polvo… ya ha comenzado a pasar, de hecho. Es cosa de apretar fuerte y donde importa, sin temer a lo incómodo: si algo arde, es porque está sanando.
Por mi parte, voy a hacer lo que antes hice: cuidar la elección, vigilar que la ley se cumpla, y que el resultado se conozca y se respete. Ahora sé más cosas que hace 25 años, puedo hacer más, y vivo en una sociedad más libre que la de entonces; cuento con mis padres, cada vez más sabios; con mi hermano, que ya no es un niño sino un Maestro; y con mi esposa, que me puede curar cualquier herida. Estaré bien.
Si tú también sales a cuidar la elección, a hacer lo necesario, juntos estaremos mejor, y el México mediocre, temeroso, y extraviado de López, no volverá a ver la luz del sol.