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En México, los discursos de los partidos en el poder cada vez nos duran menos, y eso es una muy mala señal… no de los partidos, y tampoco de los discursos por sí mismos, sino de lo que como sociedad estamos validando con el voto, y hacia dónde nos está llevando esa dinámica.
El discurso priista, engendrado bajo otras siglas en tiempos de Lázaro Cárdenas, tuvo una vida útil de 60 años; comenzó en 1938, y se agotó con la “primavera” mexicana, entre 1997 y 2000. Lo que ese partido planteó, como forma y fondo de su modelo político, le alcanzó para gobernar a México durante seis décadas, pero no soportó la apertura económica y política que dominó al mundo a finales del siglo pasado; debió entonces replegarse ante su agotamiento, y lo hizo con mediano decoro: luego de haberse escindido en 1994, tuvo la capacidad de administrar más o menos tersamente la primera alternancia, de la mano de Ernesto Zedillo, para en 2000 dejar el país a cargo de otro discurso: el panista.
El discurso panista, de viejo cuño pero modernizado a partir de su fusión con “los bárbaros del norte”, tuvo una vida útil de 10 años (tal vez poco más) en tanto que modelo político nacional: entró al poder federal por la puerta grande con Vicente Fox, y se fue por una puerta diminuta con Felipe Calderón. El discurso político panista no sólo se agotó en mucho menos tiempo que el priista, sino que su final careció del decoro que sí tuvo aquél: nunca logró moderar las altas expectativas que generó y, peor aún, terminó siendo visto, en los hechos y por una mayoría social, como algo muy parecido al discurso que había jubilado. El final del modelo político nacional del Pan no pudo ser más patético: debió devolverle la estafeta a un Pri que ya no tenía un discurso propio, y eso sólo pudo suceder gracias a la presencia de un tercer discurso, aborrecido entonces por una mayoría social e inviable para los grupos de poder: el de Andrés López, que luego cristalizó bajo el membrete de Morena.
La ausencia de un discurso priista en su retorno al poder federal fue tan completa, que a pesar de haber conseguido concretar prácticamente todas las reformas estructurales pendientes (algunas desde tiempos de Carlos Salinas) y de contar con un respiro mediático otorgado por López, no logró recuperar su viabilidad: Enrique Peña y lo que quedaba del Pri debieron ceder el poder a otro discurso, de tono y propuestas ya delirantes, y generador de las más altas expectativas que alguna vez se hayan tenido… el de Morena.
Ahora, 2021, el discurso morenista se ha agotado a menos de tres años de haber comenzado su ejercicio: no ha podido cumplir a uno solo de sus promotores, como no sea tal vez el crimen organizado; mujeres, académicos, empresarios, sindicatos, jóvenes, activistas, caciques locales… nadie ha visto el menor rendimiento favorable a cambio de validar el discurso morenista; y tanto los sondeos de cara a la elección, como los deslindes reales de grupos de poder respecto a López, permiten conocer su agotamiento total, fulminante, en medio de una crispación social en ascenso, con sucesos trágicos en los que el gobierno federal es clara y dolorosamente responsable. A lo visto, el final del discurso político nacional de Morena no será patético, como el del Pan, ni medianamente decoroso, como el del Pri: será violento y costoso para todos. ¿Qué sigue?
Si cada vez nos duran menos los discursos políticos para todo México, y los modelos nacionales planteados por ellos dan paso al siguiente en forma menos civilizada, menos útil… ¿hacia dónde vamos, mexicanos? Si esto es una democracia (y yo considero que es así) los que votamos compartimos la responsabilidad de esta dinámica y de sus efectos. ¿Qué estamos validando con nuestro voto? ¿Qué creemos que es votar? ¿Para qué lo hacemos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Por qué nuestras expectativas se disparan con cada elección, pero al mismo tiempo nuestro estándar se hunde?
Me parece que una mayoría social, en México, no comprende bien qué es el voto, qué es el poder, qué es el ciudadano, qué es el gobierno, y cómo se relación esas cuatro nociones, para alumbrar una quinta noción: la democracia. Me parece que hoy una mayoría social confunde entre sí esos conceptos, y ante el caos que esa visión refleja, elige sobresimplificarla constriñendo todo al acto de votar, y ESPERAR a cambio un resultado benéfico.
Tal vez por eso cada vez esperamos más de nuestros gobiernos, y estamos menos dispuestos a trabajar para construir lo que buscamos; eso explicaría porqué pasamos del planteamiento salinista, “Que hable México”, al planteamiento pejista, “Primero los pobres”: dejamos de PENSAR en escenarios concretos que habiliten nuestro trabajo, para CREER en nociones vagas que nos garanticen beneficios abstractos. Y los grupos de poder toman nota, previo a cada elección, de ese talante nuestro, de ese enfoque, y a través de los partidos políticos nos construyen discursos cómodos que se ajustan a lo que queremos, por más que sean inviables.
Esa inviabilidad que tienen, de origen, los discursos políticos que hemos validado en México, en este siglo y con nuestro voto, es la que después los agota sin que lleguen a cumplir las expectativas puestas en ellos. Y es la frustración resultante, en esa mayoría social que sólo cruza la boleta como quien recita un ensalmo, la que la arroja hacia un nuevo discurso, más fantasioso y simplón que el anterior y, por ello, inviable.
Convendría romper con ese ciclo pernicioso. Usted que me lee podría comenzar por no engañarse con “soluciones” mágicas, no distraerse con colores, y destinar un tiempo cada semana al trabajo CÍVICO, haya o no haya un proceso electoral en puerta.
Sí, hay medidas urgentes y obvias justo ahora, como no votar por Morena, pero hay mucho más por hacer, además de eso: investigar propuestas de candidatos, revisar su desempeño, mantener un ojo puesto en la ley y otro en las calles, midiendo ritmos y posibilidades… suena a mucho trabajo, ¿cierto? La buena noticia es que sí podemos hacerlo: yo puedo, y se que usted puede; he hecho cosas más complejas que eso, y lo he visto a usted realizar proezas, quizá sin percatarse de ello. Usted y yo somos leones, a quienes la propia indolencia y la vileza de algunos, han convencido de que somos corderos, y que más allá del corralito que nos han dibujado en el suelo con gis, hay una tierra peligrosa a la que no debemos ir. Eso es falso. No hay corralito, ni somos corderos. Los riesgos son los mismos aquí, que tres pasos más allá. Vamos a movernos. Vamos a enseñar las garras… en una de esas nos sale bien, y ya dejamos de encumbrar cretinos inútiles. En una de esas, salvamos a México.