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Estamos inmersos en una época de transición y como tal, para todos significa incertidumbre. La inercia de apertura y modernización que comenzamos a impulsar a partir de los años ochenta del siglo pasado, tuvo un fin, un declive. Era lógico que como todo proceso social de largo aliento, tuviera un fin. Más aún porque no se construyó en torno a él una nueva oleada, una segunda generación para profundizar las reformas que este país requiere. La élite gobernante (política y económica) estaba relativamente contenta con lo que se había logrado. En el caso de la sociedad, el tema tampoco fue menor puesto que-entre otras victorias- pudimos construir un entramado institucional que garantizaba la libre competencia electoral y en la cual cada voto se contaba y se contaba bien. Sin embargo, ese proceso que sirvió para poner a México al día terminó, se venció. De manera que el proceso tenía que sustituirse por una restauración (resultado del miedo al futuro), la cual se validó en las urnas en 2018: una sociedad cansada y una élite gobernante sin relevos.
De modo que lo que estamos viviendo es una destrucción de ese proceso de modernización porque no hubo quien lo defendiera ni quien le diera una nueva vitalidad para impulsarlo más a fondo. Sin embargo, no debe ser motivo para quedarnos sentados y esperar a que “alguien” venga a salvarnos de este desastre. Ahí es donde seguimos siendo incompetentes y sumisos, seguimos esperando una figura que nos saque de ese desastre, en ello está la gran falla del proceso de modernización que inicio a finales del siglo pasado. Logramos muchas cosas, pero no pudimos construir una sociedad de ciudadanos. Se lo digo nuevamente: no habrá una figura suficiente que nos tenga complacidos a todos, ni hay un hombre o mujer que pueda tomar por sí mismo la tarea titánica de construir un nuevo país. No hay un individuo lo suficientemente competente para lograrlo.
¿Entonces qué podemos hacer? En varias ocasiones he comentado en este espacio la urgencia de asumir el rol que nos toca porque México requiere, y va a requerir, ciudadanos competentes. Por supuesto, ser ciudadano de tiempo completo es una tarea complicada, difícil, y puede ser muy desgastante. México es un país que se queda siempre al borde del éxito, de dar el siguiente paso. Justo eso sucedió en 2018, nos cansamos de avanzar y nuestra reacción “más sencilla” fue la restauración.
El declive es evidente para todos, lo debe ser para usted y para mí. Una vez más le invito a la reflexión y a la acción. Mientras que desde Palacio Nacional destruyen todo lo relativo al Estado mexicano, los ciudadanos debemos tomar las riendas en nuestra proximidad. Comience a organizarse con sus vecinos, su mayor impacto -créame- está en lo próximo, en lo cercano. Vaya a las sesiones del cabildo de su Ayuntamiento, comience a hablar con sus políticos locales, comience a conversar con los empresarios -no importa el tamaño-, comience a hablar con otros de los que sí queremos, de las tareas sencillas que podemos ir logrando. Ahí está la agenda de país para 2024. Construyamos un nuevo país a partir cambiar e incidir en nuestro entorno y ese entramado debe consolidarse en lo horizontal primero (de forma democrática) y luego hacia arriba en la escala del poder político. Comencemos a tejer, vamos tarde pero aun podemos lograrlo. En caso contrario, habrá que resignarse a un México incompetente para el próximo siglo. Usted dirá.